Un día libre

El pensamiento me lleva mordiendo ya unos días. Nydia Elena lleva días con náuseas, moodswings[1] y un hambre voraz por combinaciones de comidas que solo se le ocurrirían a un chef vanguardista. No creo que haya que ser genio para saber lo que eso significa.
El tráfico está bastante leve, especialmente a esta hora un viernes. No tenemos que comenzar a tocar hasta las 7:00pm, pero Luis quiere comenzar a practicar un rato antes. Dice que asistirán algunas amistades suyas conectadas con gente importante de la industria musical. A mí me conviene por muchas razones, comenzando con el dinero extra. Tengo el presentimiento de que lo voy a necesitar pronto.
Me toca un estacionamiento cercano a la salida. La estación está bastante vacía. Saco mi celular y verifico la fecha en el calendario, pero no encuentro nada que explique la situación. Recuerdo que T-Mobile es una telefónica americana, así que googleo[2] «días libres puerto rico» y en efecto es día libre local. ¿Por qué entonces Nydia me dijo que se iba temprano a la universidad? La universidad va a estar cerrada hoy. La llamo, pero no contesta. Debe haberse olvidado como yo. Le texteo[3] «amor, se te ha olvidado que hoy es libre. disfruta tu día guapa. te amo».
Avisan por el altavoz que el tren está a punto de salir. Corro un poco desde la escalera hasta el último vagón, aunque el tren tarda unos cuantos minutos más en salir, lo que me hace sentir medio tonto. Sonrío. Tomo uno de los asientos que queda de espaldas a una ventana. Antes de cerrar las puertas, entra una pareja agarrada de manos. Una de ellas se ve varonil, parece más un chico adolescente que una chica, pelo negro corto, camiseta de anime japonés, jeans[4] anchos aguantados por una correa que carga balas falsas y unas ADIDAS rojas. La otra, toda una hipster[5], lipstick rojo, espejuelos de pasta sin aumento tipo Ray Ban, tatuajes pinup[6], una blusa semitransparente negra con carabelas impresas, cortos bien cortos de cintura alta, medias negras a medio muslo y botines. Parecen recién enamoradas, el besuqueo es algo teatral. Se sientan a mi derecha, en la fila perpendicular a la mía, de forma que quedo justo a sus espaldas.
El tren arranca. Por el mapa cercano a las puertas veo que serán unas cuantas paradas hasta la estación de Sagrado Corazón. La de pelo corto le echa el brazo a la otra tropezando con mi hombro.
―Perdone caballero.
Me da gracia que me llame así. Debo llevarle a penas diez años, lo mismo que le llevo a Nydia.
―No te ocupes.
La chica sonríe en señal de paz.
El show de afectos dura varias estaciones. Hasta que la chica de los jeans pregunta:
―¿Hablaste con tu novio?
―¿De qué?
―¿De lo que hablamos ayer?
―…Todavía.
―¿Por qué? Habíamos quedado en que se lo dirías esta mañana.
―Sí mi amor, pero no es tan fácil como lo pones.
La otra le quita el brazo del hombro y se acomoda en el asiento para mirarla de frente.
―Melanie, esto lo hablamos por un rato ayer.
―Lo sé, pero…
―Chica, hasta hablamos de cómo y cuándo se lo ibas a decir.
―Lo sé amor, pero…
―¡Por dios! ¿Tan cobarde eres?
―Mira Julie, a mí no me vengas a tratar así.
Melanie se acomoda de un tirón y gira su mirada al paisaje urbano de la ventana.
―…No te pongas así… Mela, por favor, habla conmigo.
Julie la agarra del brazo, trata de girarla en su dirección y le insiste:
Please, habla conmigo. Esto no se va a resolver solo.
―Lo sé Jules, pero ¿tú sabes lo complicado que va a ser explicarle todo esto a Pedro?
―¡Ugh! ¿Qué importa? Si ese tipo te trata como mierda.
―Chica, lo sé, pero como quiera. Son par de cosas de sopetón. No quiero ser tan cabrona.
―¡Ay, Mela, por favor! Cualquiera diría que no te estás paseando conmigo a plena luz del día sin ninguna vergüenza
―¡No es lo mismo! Él piensa que tú eres mi mejor amiga.
―Y lo soy.
―Sí, pero no te hagas la pendeja. Tú sabes a lo que me refiero.
Parece que Julie recapacitó, pues se detuvo un momento, se acercó, puso una pequeña sonrisa y le dijo:
―Ok mi vida. Entiendo, pero ¿podemos al menos llegar a un punto medio?
―A ver…
―¿Qué tal si solo le dices que estás embarazada y comienzas por ahí? No tienes que espepitárselo todo de un cantazo.
―¿Y si de momento le da por ser padre, o peor, le da porque quiere casarse conmigo?
―¡Ja! Con lo hijo de puta y callejero que es ese cabrón. ¡Bah! Te apuesto que antes de eso se larga del país.
―Ok. Puede que en eso tengas razón.
―Además, seguro eso es lo que hace. Cuando le digas lo del embarazo y luego lo único que tendrás que decirle es que no se tiene que preocupar, que tú te harás cargo.
―Pero, ¡yo no voy a abortar!
―Lo sé mi vida, pero deja que él lo interprete a su manera. No necesitamos nada de él para criar el bebé nosotras mismas.
―¡Ugh!
―Ya verás, será mucho más fácil de lo que piensas. Además, yo siempre los trataré con todo el amor que siempre te he demostrado.
A Melanie se le aguaron los ojos. Abrazó a Julie se echó a llorar en su hombro. Con un sonido amortiguado por el abrazo le dice:
―Te amo Jules.
―Yo también te amo bebé.
La lluvia de besos y afectos no se hizo esperar.
El altoparlante del tren anuncia la estación de Sagrado Corazón. Me seco la humedad de mis ojos, me levanto y me quedo aguantado del tubo que está justo al lado de las puertas esperando a que el tren de detenga para poder bajarme.
Al salir del tren me siento liviano y puedo notar una leve mueca sonriente en mi cara. Llamé a Nydia, pero no contestó.

Al llegar a casa, busqué a mi novia. Estaba tirada en nuestra cama. Me acerqué despacio por el lado de la cama que estaba vacío, la abracé, me pegué a su oído y le dije «yo te amo, vamos a tenerlo, que se joda». Nydia viró su cabeza, me miró de reojo y comenzó un llanto desconsolado que duró una eternidad. Yo solo la abracé.






[1] Moodswings: cambios súbitos de ánimo.
[2] Googleo: de «googlear», término inventado para referirse a la acción de buscar información en la internet a través del buscador Google.
[3] Texteo: de «textear», término inventado para referirse a la acción de enviar un mensaje de texto por teléfono móvil (celular).
[4] Jeans: pantalón de tela de mezclilla. En España se le refiere como «vaqueros», en Puerto Rico como «mahones».
[5] Hipster: se usa para referirse a un grupo con cualidades comunes pertinentes al final de los 00s y 10s. Otros ejemplos de términos parecidos: hippies, punk, rockero, metalero, alternative, grunge, greaser.
[6] Pinup: hace referencia a un tipo de pintura y fotografía erótica de la décadas ´50 y ’60. Un pintor reconocido de pinup lo es Gil Elvgren.

Así comenzaron Carolina y Sebastián

La primera vez que vi a Carolina, no fue realmente la primera vez, pero así lo sentí pues su presencia en vivo reclamaba toda mi atención. Estaba sentado solo en una mesita de la terraza de La Taberna del Lúpulo fumando y dándome una cerveza. Una chica que andaba con un grupo de amistades se acercó a pedirme uno. Le cedí uno y se lo encendí.
―Gracias. Mucho gusto, me llamo Marilyn.
―Sebastián. Un placer.
Pensé en pararme, pero la chica era parlanchina y, antes que pudiese actuar, se sentó a mi lado izquierdo impidiéndome la huida por ese lado. Entre una pregunta y otra, su grupo de amistades se apoderó lenta, pero seguramente de mi mesa. Quedé atrapado por un grupo de extraños que ahora me daban conversación. La batería de preguntas era la clásica: ¿De dónde eres? ¿Dónde vives? ¿Dónde estudiaste? ¿Eres gay? ¿A qué te dedicas?
―Soy escritor… de vocación. Mesero por necesidad.
Las pupilas Marilyn se abrieron tanto que casi pude ver mi imagen invertida en el fondo de sus ojos. Pude ver su excitación cuando su mano se posó sobre mi brazo.
Comencé a planificar mi escape cuando mi atención se desvió hacia las interminables piernas de la mujer que ahora se acercaba a la mesa. Parada en stilettos Louboutin, tenía una minifalda de bandas horizontales azules y negras que achicaban su cintura mientras acentuaban sus caderas. Su blusa era un poco más modesta, aunque lo suficientemente transparente como para no tener que imaginar su brasier. Llevaba su pelo negro y lacio en un corte de Cleopatra. Sus largas pestañas guardaban unos ojos color avellana. Sus refinados labios balanceaban su nariz paradita y respingona. Se dirigió a Marilyn:
―Nos tenemos que ir. Nos están esperando…
Marilyn la interrumpió.
―Carolina, te presento a…
―Mucho gusto. Sebastián Saa… ―traté de presentarme, pero la Cleopatra me interrumpió.
―Sí, ya nos conocemos. Hola amigo de Facebook. ―dijo provocativamente mientras me miraba con una sonrisa.
―…vedra. ¿Erm… nos conocemos? ―pregunté.
―No en persona, pero sí le has dado likes a par de mis fotos.
―Lo siento, no lo recuerdo, pero te buscaré.
―¿Se conocían? ―interrumpió Marilyn.
Sí. No. ―contestamos Carolina y yo respectivamente.

Al salir a la terraza, veo a Marilyn hablando con él. Lo reconozco de inmediato, hace unos meses me hizo un «request» por Facebook. Lo acepté, aun cuando tenía novio, pero fuera de unos cuantos «likes» que le dio a algunas de mis fotos, él no me contactó de ninguna otra forma. No obstante, me sentí algo intrigada por sus fotos e investigué más a fondo su perfil. Además de ser un macharrán de los de telenovela, tiene una hija de quince años la cual aparecía en la mayoría de sus fotos. Se nota que tienen buena relación. Aunque es evidente la inocencia del amor fraternal entre ellos, mis fantasías me llevaron a imaginarme amiga de su adolescente. En ellas, me veo visitando a su hija a estudiar de alguna materia superflua y me antojo de tomar algún refresco, para luego salir del cuarto cerrando la puerta tras de mí a buscar la silueta masculina que tanto deseo. Me lo imagino en su escritorio sumergido en su trabajo tras la computadora, me quito el uniforme del colegio a sus espaldas, tiro mis bragas mojadas sobre su teclado mientras su hija me espera en otro cuarto. En mi fantasía, él siempre cede a mis avances y me toma con desespero. Justo antes de correrse lo saca, lo pone en mi boca y yo me la trago toda calientita. Kinky, como me gusta.
Ahora  tengo a Sebastián frente a mí y tras la introducción de Marilyn busco la forma de sentarme a su lado. Sé que ella no se levantará de su lado, así que converso con él un rato. Poco a poco doy la vuelta a la mesa, me acerco al chico que está a su derecha y hago obvio, por mi rudeza, mi interés por sentarme a conversar con Sebastián. Finalmente, el chico se siente incómodo, se para y me deja su sitio. La conversación dura un rato. Mientras, pienso en que tiene una hija de quince, mi pervertida imaginación se saliva y comienzo a mojarme.
Marilyn no sabe que lo perdió desde que salí por el umbral de la terraza, pero en un momento se lo dejo claro.

Marilyn se levantó de súbito.
―¿No nos teníamos que ir? ―dijo un poco indignada.
―¿Por qué se van? ―contesté, notándose un poco mi deseo.
―Vente con nosotras, ―me invita Carolina ― vamos para La Factoría.
Dije que sí y me fui con ellas, pero todo cambió cuando llegamos al otro lugar. Las chicas estaban ahora con un grupo más grande de amistades. Ya su atención no estaba en mí, ahora la captaba uno de los chicos en su grupo. De vez en cuando me daba la vuelta por el bar, saludaba una que otra amistad inconsecuente, iba al baño, pedía un trago, fumaba un cigarrillo y regresaba al grupo, por eso de no verme como un tipo pegajoso y anticool[1].
Carolina y su grupo de amistades decidieron que cambiarían de lugar. Marilyn comentó que irían a Circo, una barra gay. Accedí, pero al ver a Carolina alejarse con uno de sus amigos sin despedirse, desistí de la idea.

Llegamos a La Factoría y Sebastián no se acerca al grupo de inmediato. Da un par de vueltas por el bar y lo veo saludar a varias amigas, pero no me presta la atención que deseo, así que hablo con uno de mis compañeros de clase más cercanos. Puedo verlo con el rabo del ojo. Va al baño, pide un trago, se fuma un cigarrillo y luego regresa al grupo, pero no me presta atención.
Mis amistades decidieron ir a Circo y Sebastián accedió, pero no le encuentro la mirada. Está distante. Así que cuando nos vamos decido no despedirme, ni volverle a decir que nos acompañe. Tal vez así capte su atención.


Pasado un tiempo, decidí escribirle a Carolina a ver si se atrevía a almorzar conmigo. Dijo que sí.
―¿Qué tal si almorzamos en Pirilo?
―Ok. Eso me gustaría.

Ahora viene a aparecer después de varias semanas de desaparición. Este chico me da una espina rara, pero me gusta, así que qué más da. Tenerlo de frente es como meterme una tina de agua caliente, me calma, me calienta y me humedece a la vez. Lo quiero adentro, pero lleva un banderín rojo sobre su cabeza que me deja saber que es peligro. Lo veo al doblar la esquina de la calle Fortaleza. Está muy guapo, lleva una camiseta roja de botones y mangas tres cuartos, pantalones crema y zapatillas color gris. Siempre tan «fashion[2]».
Carolina llevaba un traje rojo y plataformas que la levantan unas cuatro o cinco pulgadas, como si la pobre no fuera una amazona de por sí. No sé si era la luz del día, pero yo la veo aún más guapa que la primera vez.
Nos sentaron en el segundo piso. La pizzería está remodelada al estilo viejo de la época española.
La ujier nos sienta en la mesa más romántica de la pizzería recién remodelada. Las paredes rústicas del local me hacen pensar en los tiempos en que los españoles dominaban esta colonia. Me pone un poco cachonda el que él haya hecho los arreglos para traerme a este lugar y me distraigo un momento. Pienso en si el tamaño del baño permitirá cogerme al chico sobre el lavabo.
Al principio la conversación se transportó sobre temas leves y comunes, pero al tiempo comencé a indagar sobre aquel primer día y su incongruente desenlace. Ahora pienso que fue un error.
Sebastián solo quiere hablar del primer día y aunque le expliqué que todo fue una falta de comunicación, él insiste en que lo dejé tirado en el bar sin dejarle saber. Puedo notar su inseguridad y eso me vuelve indiferente. No me agradan los hombres inseguros, mucho menos me interesa uno que tiene hija y se dedica a escribir. Por favor, en unos meses seré licenciada y no tendré que bregar con pelados inseguros.
Su cara cambió después de traerle el tema sobre el primer día. Me dijo que todo fue un malentendido, pero yo estaba seguro de que el hecho de tener una hija y ser escritor pueda ser para ella un turnoff[3]. Después de todo, ella sería una licenciada muy pronto y trabajaría en la firma de su padre. ¿Por qué habría de interesarse en alguien como yo?
Para este momento mi entrepiernas estaba tan seco como la conversación. Puedo ver la molestia en su cara. Así que le dejé saber que no estaba interesada. Él paga la cuenta y nos despedimos a la puerta de la pizzería como cualquiera otro.

Pasó más de un mes sin saber de Carolina, pero su imagen no salía de mi cabeza por más que trataba. Así que hice algo que muchos hubiesen considerado muy bajo. Le envié varios mensajes de texto, pero mi plan fue hacer que pareciera un error, que el texto fuera continuación de una supuesta conversación atrevida con otra chica en donde le «devuelvo» a la chica fotos de desnudos míos a cambio de supuestas fotos. Las fotos eran bien explícitas.
El hijo de puta me acaba de enviar un mensaje raro que parece ser dirigido a otra tipa. El pobre idiota cree que puede tomarme por pendeja. Aun así, las jodías fotos me ponen bien caliente. Sin embargo, le contesto que me envió un mensaje equivocadamente y aunque se disculpa enfáticamente, le dejo saber que no me gusta ese tipo de acercamiento, que tenga más cuidado una próxima vez. Igual termino masturbándome mientras miro sus fotos, volviendo a mi fantasía de quinceañera.

Después de dos semanas de no saber de ella, recibí un mensaje de texto de Carolina invitándome a tomar unos tragos como si nada hubiese pasado. Así que decidí seguirle la corriente y encontrarme con ella.
Lo espero en la misma taberna donde nos conocimos en persona la primera vez. Lo veo llegar, casi tropieza conmigo. Su altura me hace humedecer de inmediato. No obstante me dice que va a buscar una cerveza y fumar un cigarrillo antes de regresar. El tipo es un carifresco y no imagina que no se lo voy a aguantar esta vez.
Al llegar a La Taberna del Lúpulo me sentía nervioso. Llegué buscándola sobre todas las cabezas de los comensales, tan así, que por poco tropiezo con ella. Necesitaba bajar los nervios de alguna forma, así que me presento brevemente a sus amistades, las cuales no esperaba ver, y sigo hacia la barra a buscar una cerveza, luego un cigarrito y de vuelta a ella. Hablé con ella y sus amistades por par de segundos, antes que decidan todas:
―Venimos ahora, vamos al baño.
No las volví a ver de nuevo por allí.
El muy cabrón piensa que le voy a aguantar que me manipule de tal manera. Se equivocó. Mientras se fuma su cigarrillo, decido que tenemos que irnos y se lo comunico a mis amigas quienes me acompañan en la complicidad. Tan pronto Sebastián regresa, hablo con él y dejo que hable con mis amigas, para luego tirarle la bombita de humo estilo ninja.
―Venimos ahora, vamos al baño.
Él se acercó a la barra a pedir otra cerveza y nosotras salimos por la puerta al incognito. Puedo verlo aún allí, el pobre no sabe que nos buscará en vano. Al pasar el rato, le envío un mensaje dejándole saber que lo busqué por todo el bar y que al no encontrarlo, me molesté y me fui indignada.
El mensaje de texto me cayó como un balde de agua friísima encima de los testículos. ¿Qué carajos pasó? Estuve todo el tiempo en la barra pidiendo una cerveza y nunca la vi pasar por todo aquello. ¿Creerá ella que me trago el cuentito? Mi contestación a su texto fue casi inmediato y los insultos fueron mi espada. El que todavía me da mucha gracias es uno que dice «¿para eso calientas la comida? eres una parabicho[4]».
Sus insultos llueven en mi conciencia como aguacero de mayo. Trato por un rato de defenderme de sus acusaciones y poner toda la culpa sobre él, pero mi cargo de conciencia cede, sabiéndome culpable de ser una «parabicho». Trato infructuosamente de no caer, pero su rabia es tan excitante que no puedo aguantar y así como deseo consumado me escribe «No te soporto, pero te lo quiero meter». Mi chocha se hizo agua.
Carolina no tardó en llegar a mi apartamento. El sexo fue inefable.



El sacerdote pronunció las palabras solemnes que atarían nuestra locura por el resto de nuestros días (o hasta que nos matáramos mutuamente):
―Los declaro marido y mujer.

Salí del baño de nuestra suite matrimonial con el uniforme de colegio. Solo puedo pensar en las asignaturas que tendré que ayudar a su hija a completar, mientras me escapo del cuarto a cogerme a Sebastián.




[1] Expresión inventada que combina el español anti y el inglés cool, para referirse a alguien que ya no es cool o buenaonda.
[2] Fashion: expresión anglosajona estadounidense que se refiere a alguien que está a la moda, de pasarela.
[3] Turnoff: expresión anglosajona estadounidense que en este caso significa cambio de parecer, o cambio de ánimo sexual.
[4] Parabicho es un regionalismo puertorriqueño, es un adjetivo que describe a una persona que excita sexualmente a otra para luego dejarla esperando. Mayormente la usa un hombre para describir a una mujer. Bicho en Puerto Rico es sinónimo de pene.

Muere sonriente decimoquinta víctima de «Casanova»

11 de febrero de 2014

La policía estatal del área de Condado informó en la tarde de ayer que una empleada del equipo de limpieza del hotel La Concha encontró el cadáver sonriente de una joven. Esta es la decimoquinta mujer encontrada en las mismas condiciones y bajo las mismas circunstancias en los últimos tres años. Se sospecha que todas son víctima del infame asesino en serie, «Casanova».

Conforme al reporte policial, a eso de la 1:30pm de ayer, la empleada del hotel La Concha, Milagros De Jesús, entró a asear la habitación y encontró a Marianna Esperazzo de 24 años muerta en la cama. La mucama declaró a la policía que el cadáver «sonreía» cuando la encontró. De Jesús se disculpó, pero al no recibir reacción alguna de la occisa se acercó a ella. Fue entonces que notó que estaba muerta. Seguido, llamó al 911.

Detectives de la división de homicidios llegaron al lugar de los hechos a eso de las 2:00pm. Sellaron la escena del crimen, para luego entrevistar a unos noventa huéspedes y empleados del hotel. «El interrogatorio no rindió fruto» según el capitán de la división, Andrés Galliano. Fuentes alegan que algunos de los interrogados tuvieron que ser llevados al hospital por ataques de pánico.

Amistades de Esperazzo dieron fe de que celebraba en grande su despedida de soltera en el hotel sanjuanero. Este diario pudo entrevistar a varias de las amistades que asistieron a la actividad. Dos de sus invitadas, que no quisieron ser identificadas, insistieron en que conocieron a Casanova en persona. Ambas dieron la misma descripción. Según lo describieron, era un hombre en sus tempranos treinta, de buenos modales, culto, un conversador versátil, de físico atlético y «extremadamente» guapo. Ninguna de ellas pudo dar una descripción detallada de su rostro u otras facciones que pudiesen identificarlo.

En contraste, Grisselle Magritte, su amiga más cercana, dijo en una entrevista telefónica que nunca vio a tal hombre. Afirmó: «Marianna actuaba como de costumbre. Champaña rosada,  buena comida, baile y rodeada de sus amigas más fieles». Magritte es la novia del reconocido actor puertorriqueño Benicio del Toro, con quién contraerá nupcias en mayo de este año.

El prometido de Esperazzo, Eladio Muñiz, CEO de la compañía de distribución de alimentos para Sudamérica, Estados Unidos y el Caribe, Southwestern Selecta, ofreció una recompensa de $2 millones a cualquier persona que rinda información conducente al arresto de Casanova. Esta cantidad se suma a los sobre $26 millones que han ofrecido los novios y familiares de las víctimas de este asesino.

Según el informe forense, Marianna murió debido a un paro respiratorio, aparentemente provocado por orgasmos múltiples en cadena. El médico encontró niveles de alcohol en su sangre «acorde con una noche fiesta», pero no encontró rastros de drogas o sustancias controladas en sus pruebas toxicológicas. La joven no sufrió heridas mortales. Igual que las víctimas anteriores, el cadáver de la novia mostraba signos de una vigorosa actividad sexual justo antes de su fallecimiento. Al igual que todas sus predecesoras, la señorita Esperazzo quedó con una sonrisa amplia que un testigo curioso describió como «la sonrisa de alguien que sabe que va a ir al cielo». Pruebas adicionales arrojaron poca luz sobre la verdadera causa de muerte.

Detectives de la división de delitos sexuales de la policía, junto a la división de homicidios, quieren alertar e informar al público a través de este medio sobre el modo en que opera Casanova y otros hechos que puedan servir para evitar que hayan más víctimas de este asesino:
  • Las víctimas son mujeres entre los 21 y 32 años de edad.
  • Todas estaban comprometidas con hombres de inagotables recursos.
  • La fecha de los crímenes coinciden con la fecha de las respectivas despedidas de soltera de las víctimas.
  • El asesino contacta a las víctimas a través de redes sociales como Facebook, Tinder, Twitter, Whatsapp, Skype.
  • En todos los asesinatos, se encontró que la víctima fue quien invitó al asesino para que asistiera a su despedida de soltera.
  • La totalidad de los cadáveres de las jóvenes fueron encontrados en habitaciones de hoteles de primera del área turística de Condado e Isla Verde.
  • Todas las víctimas mostraban signos de extrema actividad sexual. La cual, según peritos forenses que colaboran con este diario, les provocó indirectamente la muerte.
  • Las testigos que dicen haber visto al asesino concuerdan en que Casanova era un hombre guapo, sin embargo, nunca se ha logrado una descripción coherente que pueda ser utilizada por la policía.
  • Al día de hoy, no se han captado imágenes o videos con buena resolución de su rostro o ninguna otra marca distinguible de su cuerpo.

Si usted o alguien que conoce tiene información que pueda ayudar en la captura de este peligroso asesino llame de inmediato al 787-343-2020. Su llamada es confidencial.

El pseudónimo del asesino, Casanova, fue adoptado por la prensa luego de que el moderador del programa radial Dando candela, justo después de la muerte de la décima víctima, preguntara al superintendente de la Policía de Puerto Rico, James Tuller: «¿Dejará que este casanova siga engatusando y asesinando novias?». Tuller, quién al momento llevaba dos meses en el cargo, garantizó la captura del asesino o su renuncia.


Al cierre de esta edición, la policía no había recibido ninguna pista que devele dónde se esconde el asesino ni cuándo atacará nuevamente. Los asesinatos siguen acumulándose, la promesa sigue incumplida y James Tuller continúa su cargo como superintendente.

Matilde

He venido encendida al desierto pa' quemar,
porque el alma prende fuego cuando deja de amar.
―Llhasa de Sela,
El Desierto

El divorcio fue catastrófico. Vio el mundo que ella había creado colapsar: desespero, dolor, pero más que eso, Matilde sentía cómo se enraizaba en ella un sentimiento de desprecio, algo cercano a los dominios de la rabia y muy parecido al odio. La traición de Julio caló muy hondo. Y sus hijas, como el refrán, pagarían, siendo justas, como pecadoras. Treinta y cinco años más tarde pienso que simplemente el amor la abandonó, como el contenido dulce de una fruta que se pudre.


Colocaron a la niña envuelta en mantas blancas y sangrientas en sus brazos. Matilde sonrió, su respiración se hizo rápida y profunda. La consumió una sensación muy parecida a la felicidad. No obstante, el miedo la acometió por unos segundos. Se preguntó si había apostado contra el orden natural de las cosas al tratar tantas veces de ser madre. La emoción desapareció tras el leve lloriqueo de la pequeña criatura que temblaba en sus brazos. Volvió a sonreír. Sofía era un milagro consumado, aunque otros dirán que fue un triunfo de la ciencia. Su esposo, Julio, estaba tan contento como ella, también sintió como la sombra pesada de sus pasados nueve intentos se disipaba y podía ver por fin el verdadero color de la esperanza multiplicarse.
Después de nueve embarazos y muchas deudas médicas, la vida le había dado a Matilde una niña y ella estaba dispuesta a darle todo el amor del que fuera capaz y todas las cosas que estuviesen a su alcance, que no sería poco dado que Julio se convertiría en un hombre próspero como abogado criminalista. Años más tarde tendrían otra hija, Ana, sin siquiera estar tratando y quien ahora compartía ese día de cumpleaños con Sofía.


Sofía regresó por unos días a la casa para estar con su madre. Había terminado su penúltimo semestre en la facultad de derecho de la UPR, así que tendría varias semanas de vacaciones antes de reanudar clases. Matilde ya no era la misma tras el divorcio, lo sabía, pero seguía siendo su madre, así que se sintió confiada. Al quinto día, el cual coincidía con su cumpleaños, Sofía despertó escuchando voces ásperas y viriles que venían de la sala, creyó escuchar a su madre también. Caminó hacia la sala hasta que escuchó a uno de los dos hombres uniformados recibirle:
―¿Sofía Sabatier Serallés?
―¿Sí?
―Queda arrestada por posesión y distribución de sustancias controladas. Tiene el derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga puede y será usada en su contra en un tribunal de justicia. Tiene el derecho de hablar con un abogado. Si no puede pagar un abogado, se le asignará uno de oficio. ¿Entiende usted sus derechos como se los he explicado?
Sofía buscó los ojos de Matilde, pero aunque sus miradas se cruzaron, sentía que veía un arlequín, frío, inmóvil. No la ayudó que Julio estuviese fuera de la isla, en su bufete de Orlando. Así que Ana tuvo que salir el día en que ambas cumplían años a buscarla al tribunal y pagar la fianza. El caso fue sobreseído en un corto tiempo solo por el historial que tenía su madre de hacer querellas frívolas contra su padre, sin embargo, a Matilde nunca le pudieron probar culpa de nada, no recuerdo bien, pero creo que fue un tecnicismo. Para mala suerte de Sofía, su imagen en la escuela de derecho se vio un poco lacerada y hasta se inició un proceso administrativo en el cual la suspendieron sumariamente. Esta trastada le perseguiría en rumores de le élite puertorriqueña por años y años.


Recuerdo el día que conocí a mi esposa, yo tenía nueve, ella cumplía siete. Se me acercó y me dijo: «Soy Sofía Sabatier Serrallés, mucho gusto». Tragué fuerte y le di la mano totalmente atontado. «Mi nombre es Hiram Alexis», e hice una mueca que semejaba una sonrisa chueca. Don Julio presenció el suceso y, un poco borracho, me dio una palmada en la espalda con su mano de oso que casi cubrió mi espalda, diciéndome: «Prepárate, ella será la de los pantalones». Eso lo confirmé, mucho antes de casarme, pero aun así soy feliz.
Las fiestas de Matilde siempre fueron over the top[1], pero siempre sentí que esa fue la mejor fiesta de mi vida. Ella siempre se aseguró de que sus invitados se sintieran a gusto y totalmente satisfechos (en algunos casos nada legal). Para ese entonces sus invitados incluían artistas, diseñadores de moda, empresarios de gran éxito y por supuesto, con el tiempo, personajes en el poder. Pero más que entretener, Matilde siempre se aseguró de que el cumpleaños de sus hijas fuese una tradición entre la familia y amigos. Más aun, que Sofía y Ana tuviesen todo lo que se les antojara. Y por supuesto, que Julio fuese el centro de toda atención entre los invitados, así como él era el suyo. Todo lo mejor para su familia.


Cuando sentenciaron a Julio, Matilde se levantó del banquito del salón de sesiones. Enganchó la Hermès en su antebrazo izquierdo y se colocó unas gafas que cubrían gran parte de su rostro. La prensa estaba de fiesta, en una isla de cien por treinta y cinco[2] cualquier hueso es filete. La recibieron entre una ola de preguntas y alegaciones gritadas hacia ella a las puertas del tribunal. Las ignoró y continuó su caminata a donde su chofer le esperaba con la puerta abierta. Los rumores eran jugosos y había tantas versiones de lo que ocurrió, que ya nadie sabía qué pensar, pero el modus operandi era sospechosamente parecido al de Matilde.


Justo antes del divorcio, el trabajo y su asistente personal eran para Julio un refugio de las excentricidades de su esposa, las cuales acrecentaban proporcionalmente al balance de su cuenta bancaria. Ana, la consentida de Matilde, siempre andaba enajenada de la situación que la rodeaba, pues su crianza le había enseñado el verdadero valor de las cosas… las carteras, los zapatos, la ropa, los lujos, las drogas y otros excesos de una teenager consentida. La opinión de Sofía, sin embargo, reflejaba su capacidad de observación y la madurez para desmenuzar sus partes para llegar al fondo de las cosas de una manera diplomática. No le tomó tiempo para imaginar la urdimbre que se tejía lentamente en su hogar, así que decidió echar vuelo a Massachusetts para estudiar lo mismo que Julio, su padre.


El velorio de Ana estuvo muy concurrido. Era la primera vez que Matilde la vería en ocho años. Aunque la morgue se encargó de hacer todo lo posible para disimular su estado, los años de mucho maltrato de su cuerpo fueron imposibles de encubrir con maquillajes y ropaje vistoso. Tomó entre las suyas las rígidas, frías y agujereadas manos de su hija. Estalló en llanto, un llanto viejo, perplejo, guardado bajo presión en alguna parte irreconocible de sí.
Caminamos hasta la mujer derrumbada sobre el cuerpo de Ana. Me detuve un poco antes para darles privacidad. Vi a Sofía decirle algo a Matilde y luego abrazarla como si todo lo que ella me había contado sobre su madre fuese solo un cuento. La robusta mano de Julio se deslizó por su espalda y solo pude escuchar cuando le decía: «Lo siento». Pienso que esas dos palabras estaban cargadas de miles de «lo siento». Matilde se abrazó a ambos cuellos sin decir nada y sollozó mientras hundía la cabeza en sus torsos.
Fue así como conocí a mi suegra Matilde, a don Julio y a la tía Ana, que en paz descanse.




[1] Over the top: expresión en inglés que se refiere al exceso de pomposidad.
[2] En Puerto Rico, por ser territorio estadounidense, se utiliza el sistema inglés (pulgadas, pies, yardas, millas). Puerto Rico mide 100×35 millas, equivalente a 161×56 km.