Así comenzaron Carolina y Sebastián

La primera vez que vi a Carolina, no fue realmente la primera vez, pero así lo sentí pues su presencia en vivo reclamaba toda mi atención. Estaba sentado solo en una mesita de la terraza de La Taberna del Lúpulo fumando y dándome una cerveza. Una chica que andaba con un grupo de amistades se acercó a pedirme uno. Le cedí uno y se lo encendí.
―Gracias. Mucho gusto, me llamo Marilyn.
―Sebastián. Un placer.
Pensé en pararme, pero la chica era parlanchina y, antes que pudiese actuar, se sentó a mi lado izquierdo impidiéndome la huida por ese lado. Entre una pregunta y otra, su grupo de amistades se apoderó lenta, pero seguramente de mi mesa. Quedé atrapado por un grupo de extraños que ahora me daban conversación. La batería de preguntas era la clásica: ¿De dónde eres? ¿Dónde vives? ¿Dónde estudiaste? ¿Eres gay? ¿A qué te dedicas?
―Soy escritor… de vocación. Mesero por necesidad.
Las pupilas Marilyn se abrieron tanto que casi pude ver mi imagen invertida en el fondo de sus ojos. Pude ver su excitación cuando su mano se posó sobre mi brazo.
Comencé a planificar mi escape cuando mi atención se desvió hacia las interminables piernas de la mujer que ahora se acercaba a la mesa. Parada en stilettos Louboutin, tenía una minifalda de bandas horizontales azules y negras que achicaban su cintura mientras acentuaban sus caderas. Su blusa era un poco más modesta, aunque lo suficientemente transparente como para no tener que imaginar su brasier. Llevaba su pelo negro y lacio en un corte de Cleopatra. Sus largas pestañas guardaban unos ojos color avellana. Sus refinados labios balanceaban su nariz paradita y respingona. Se dirigió a Marilyn:
―Nos tenemos que ir. Nos están esperando…
Marilyn la interrumpió.
―Carolina, te presento a…
―Mucho gusto. Sebastián Saa… ―traté de presentarme, pero la Cleopatra me interrumpió.
―Sí, ya nos conocemos. Hola amigo de Facebook. ―dijo provocativamente mientras me miraba con una sonrisa.
―…vedra. ¿Erm… nos conocemos? ―pregunté.
―No en persona, pero sí le has dado likes a par de mis fotos.
―Lo siento, no lo recuerdo, pero te buscaré.
―¿Se conocían? ―interrumpió Marilyn.
Sí. No. ―contestamos Carolina y yo respectivamente.

Al salir a la terraza, veo a Marilyn hablando con él. Lo reconozco de inmediato, hace unos meses me hizo un «request» por Facebook. Lo acepté, aun cuando tenía novio, pero fuera de unos cuantos «likes» que le dio a algunas de mis fotos, él no me contactó de ninguna otra forma. No obstante, me sentí algo intrigada por sus fotos e investigué más a fondo su perfil. Además de ser un macharrán de los de telenovela, tiene una hija de quince años la cual aparecía en la mayoría de sus fotos. Se nota que tienen buena relación. Aunque es evidente la inocencia del amor fraternal entre ellos, mis fantasías me llevaron a imaginarme amiga de su adolescente. En ellas, me veo visitando a su hija a estudiar de alguna materia superflua y me antojo de tomar algún refresco, para luego salir del cuarto cerrando la puerta tras de mí a buscar la silueta masculina que tanto deseo. Me lo imagino en su escritorio sumergido en su trabajo tras la computadora, me quito el uniforme del colegio a sus espaldas, tiro mis bragas mojadas sobre su teclado mientras su hija me espera en otro cuarto. En mi fantasía, él siempre cede a mis avances y me toma con desespero. Justo antes de correrse lo saca, lo pone en mi boca y yo me la trago toda calientita. Kinky, como me gusta.
Ahora  tengo a Sebastián frente a mí y tras la introducción de Marilyn busco la forma de sentarme a su lado. Sé que ella no se levantará de su lado, así que converso con él un rato. Poco a poco doy la vuelta a la mesa, me acerco al chico que está a su derecha y hago obvio, por mi rudeza, mi interés por sentarme a conversar con Sebastián. Finalmente, el chico se siente incómodo, se para y me deja su sitio. La conversación dura un rato. Mientras, pienso en que tiene una hija de quince, mi pervertida imaginación se saliva y comienzo a mojarme.
Marilyn no sabe que lo perdió desde que salí por el umbral de la terraza, pero en un momento se lo dejo claro.

Marilyn se levantó de súbito.
―¿No nos teníamos que ir? ―dijo un poco indignada.
―¿Por qué se van? ―contesté, notándose un poco mi deseo.
―Vente con nosotras, ―me invita Carolina ― vamos para La Factoría.
Dije que sí y me fui con ellas, pero todo cambió cuando llegamos al otro lugar. Las chicas estaban ahora con un grupo más grande de amistades. Ya su atención no estaba en mí, ahora la captaba uno de los chicos en su grupo. De vez en cuando me daba la vuelta por el bar, saludaba una que otra amistad inconsecuente, iba al baño, pedía un trago, fumaba un cigarrillo y regresaba al grupo, por eso de no verme como un tipo pegajoso y anticool[1].
Carolina y su grupo de amistades decidieron que cambiarían de lugar. Marilyn comentó que irían a Circo, una barra gay. Accedí, pero al ver a Carolina alejarse con uno de sus amigos sin despedirse, desistí de la idea.

Llegamos a La Factoría y Sebastián no se acerca al grupo de inmediato. Da un par de vueltas por el bar y lo veo saludar a varias amigas, pero no me presta la atención que deseo, así que hablo con uno de mis compañeros de clase más cercanos. Puedo verlo con el rabo del ojo. Va al baño, pide un trago, se fuma un cigarrillo y luego regresa al grupo, pero no me presta atención.
Mis amistades decidieron ir a Circo y Sebastián accedió, pero no le encuentro la mirada. Está distante. Así que cuando nos vamos decido no despedirme, ni volverle a decir que nos acompañe. Tal vez así capte su atención.


Pasado un tiempo, decidí escribirle a Carolina a ver si se atrevía a almorzar conmigo. Dijo que sí.
―¿Qué tal si almorzamos en Pirilo?
―Ok. Eso me gustaría.

Ahora viene a aparecer después de varias semanas de desaparición. Este chico me da una espina rara, pero me gusta, así que qué más da. Tenerlo de frente es como meterme una tina de agua caliente, me calma, me calienta y me humedece a la vez. Lo quiero adentro, pero lleva un banderín rojo sobre su cabeza que me deja saber que es peligro. Lo veo al doblar la esquina de la calle Fortaleza. Está muy guapo, lleva una camiseta roja de botones y mangas tres cuartos, pantalones crema y zapatillas color gris. Siempre tan «fashion[2]».
Carolina llevaba un traje rojo y plataformas que la levantan unas cuatro o cinco pulgadas, como si la pobre no fuera una amazona de por sí. No sé si era la luz del día, pero yo la veo aún más guapa que la primera vez.
Nos sentaron en el segundo piso. La pizzería está remodelada al estilo viejo de la época española.
La ujier nos sienta en la mesa más romántica de la pizzería recién remodelada. Las paredes rústicas del local me hacen pensar en los tiempos en que los españoles dominaban esta colonia. Me pone un poco cachonda el que él haya hecho los arreglos para traerme a este lugar y me distraigo un momento. Pienso en si el tamaño del baño permitirá cogerme al chico sobre el lavabo.
Al principio la conversación se transportó sobre temas leves y comunes, pero al tiempo comencé a indagar sobre aquel primer día y su incongruente desenlace. Ahora pienso que fue un error.
Sebastián solo quiere hablar del primer día y aunque le expliqué que todo fue una falta de comunicación, él insiste en que lo dejé tirado en el bar sin dejarle saber. Puedo notar su inseguridad y eso me vuelve indiferente. No me agradan los hombres inseguros, mucho menos me interesa uno que tiene hija y se dedica a escribir. Por favor, en unos meses seré licenciada y no tendré que bregar con pelados inseguros.
Su cara cambió después de traerle el tema sobre el primer día. Me dijo que todo fue un malentendido, pero yo estaba seguro de que el hecho de tener una hija y ser escritor pueda ser para ella un turnoff[3]. Después de todo, ella sería una licenciada muy pronto y trabajaría en la firma de su padre. ¿Por qué habría de interesarse en alguien como yo?
Para este momento mi entrepiernas estaba tan seco como la conversación. Puedo ver la molestia en su cara. Así que le dejé saber que no estaba interesada. Él paga la cuenta y nos despedimos a la puerta de la pizzería como cualquiera otro.

Pasó más de un mes sin saber de Carolina, pero su imagen no salía de mi cabeza por más que trataba. Así que hice algo que muchos hubiesen considerado muy bajo. Le envié varios mensajes de texto, pero mi plan fue hacer que pareciera un error, que el texto fuera continuación de una supuesta conversación atrevida con otra chica en donde le «devuelvo» a la chica fotos de desnudos míos a cambio de supuestas fotos. Las fotos eran bien explícitas.
El hijo de puta me acaba de enviar un mensaje raro que parece ser dirigido a otra tipa. El pobre idiota cree que puede tomarme por pendeja. Aun así, las jodías fotos me ponen bien caliente. Sin embargo, le contesto que me envió un mensaje equivocadamente y aunque se disculpa enfáticamente, le dejo saber que no me gusta ese tipo de acercamiento, que tenga más cuidado una próxima vez. Igual termino masturbándome mientras miro sus fotos, volviendo a mi fantasía de quinceañera.

Después de dos semanas de no saber de ella, recibí un mensaje de texto de Carolina invitándome a tomar unos tragos como si nada hubiese pasado. Así que decidí seguirle la corriente y encontrarme con ella.
Lo espero en la misma taberna donde nos conocimos en persona la primera vez. Lo veo llegar, casi tropieza conmigo. Su altura me hace humedecer de inmediato. No obstante me dice que va a buscar una cerveza y fumar un cigarrillo antes de regresar. El tipo es un carifresco y no imagina que no se lo voy a aguantar esta vez.
Al llegar a La Taberna del Lúpulo me sentía nervioso. Llegué buscándola sobre todas las cabezas de los comensales, tan así, que por poco tropiezo con ella. Necesitaba bajar los nervios de alguna forma, así que me presento brevemente a sus amistades, las cuales no esperaba ver, y sigo hacia la barra a buscar una cerveza, luego un cigarrito y de vuelta a ella. Hablé con ella y sus amistades por par de segundos, antes que decidan todas:
―Venimos ahora, vamos al baño.
No las volví a ver de nuevo por allí.
El muy cabrón piensa que le voy a aguantar que me manipule de tal manera. Se equivocó. Mientras se fuma su cigarrillo, decido que tenemos que irnos y se lo comunico a mis amigas quienes me acompañan en la complicidad. Tan pronto Sebastián regresa, hablo con él y dejo que hable con mis amigas, para luego tirarle la bombita de humo estilo ninja.
―Venimos ahora, vamos al baño.
Él se acercó a la barra a pedir otra cerveza y nosotras salimos por la puerta al incognito. Puedo verlo aún allí, el pobre no sabe que nos buscará en vano. Al pasar el rato, le envío un mensaje dejándole saber que lo busqué por todo el bar y que al no encontrarlo, me molesté y me fui indignada.
El mensaje de texto me cayó como un balde de agua friísima encima de los testículos. ¿Qué carajos pasó? Estuve todo el tiempo en la barra pidiendo una cerveza y nunca la vi pasar por todo aquello. ¿Creerá ella que me trago el cuentito? Mi contestación a su texto fue casi inmediato y los insultos fueron mi espada. El que todavía me da mucha gracias es uno que dice «¿para eso calientas la comida? eres una parabicho[4]».
Sus insultos llueven en mi conciencia como aguacero de mayo. Trato por un rato de defenderme de sus acusaciones y poner toda la culpa sobre él, pero mi cargo de conciencia cede, sabiéndome culpable de ser una «parabicho». Trato infructuosamente de no caer, pero su rabia es tan excitante que no puedo aguantar y así como deseo consumado me escribe «No te soporto, pero te lo quiero meter». Mi chocha se hizo agua.
Carolina no tardó en llegar a mi apartamento. El sexo fue inefable.



El sacerdote pronunció las palabras solemnes que atarían nuestra locura por el resto de nuestros días (o hasta que nos matáramos mutuamente):
―Los declaro marido y mujer.

Salí del baño de nuestra suite matrimonial con el uniforme de colegio. Solo puedo pensar en las asignaturas que tendré que ayudar a su hija a completar, mientras me escapo del cuarto a cogerme a Sebastián.




[1] Expresión inventada que combina el español anti y el inglés cool, para referirse a alguien que ya no es cool o buenaonda.
[2] Fashion: expresión anglosajona estadounidense que se refiere a alguien que está a la moda, de pasarela.
[3] Turnoff: expresión anglosajona estadounidense que en este caso significa cambio de parecer, o cambio de ánimo sexual.
[4] Parabicho es un regionalismo puertorriqueño, es un adjetivo que describe a una persona que excita sexualmente a otra para luego dejarla esperando. Mayormente la usa un hombre para describir a una mujer. Bicho en Puerto Rico es sinónimo de pene.

No hay comentarios:

Publicar un comentario