El elefante rosa

Cuando era pequeño y mis abuelos todavía vivían, los visitábamos mucho, en especial los días festivos: día de las madres, día de los padres, día de acción de gracias, noche buena y día de reyes. Recuerdo haber escuchado en varias reuniones familiares a alguna persona mencionar que en la familia había un elefante rosa que nadie podía (o quería) ver. De pequeño nunca lo vi, pero recuerdo haberlo buscado por todas partes de aquella casa suspendida en el aire por unos socos larguísimos. Para mí era fabuloso que mis abuelos tuvieran un elefante rosado invisible. Pasaba horas imaginándome montado en el pescuezo de aquella criatura fantástica, bajando desde el monte hasta el pueblo y pasando por la calle Comercio ante la admiración de todos.
Mi abuela, Mamá Carmín, era un pan de Dios, una santa en vida. Siempre tenía una sonrisa, un abrazo y un beso para todos. Mi abuelo, Santiago o Papá Chago, como le decíamos los nietos, era un cascarrabias, siempre quejándose, buscando la paja en los ojos ajenos y eran muchos los ojos en nuestra familia. Todos le teníamos un respeto solemne, que hoy sé, era miedo. Ambos eran ejemplo de lo que debía ser un católico. Nunca faltaban a misa, siempre daban la bendición a todos los que la pidieran y rezaban el Rosario religiosamente antes de irse a dormir, incluyendo todas las letanías. Ya todos nos conocíamos el sonsonete de cada uno. Todavía puedo escuchar la voz de Chago en mi cabeza, en especial cuando llegaba a «…el Señor es contiiiiigo, bendita eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús». Ambos, fueron criados severamente bajo los valores católicos y los llevaban a flor de piel. Verlos juntos era presenciar una paradoja viviente, pues aunque mi abuela vivió bajo el fuete de su madre, Mamá Armantina, su temple era uno de pura bondad, ejemplo de los valores cristianos clásicos, comenzando por amar al prójimo como a sí misma. Mientras, mi abuelo era un hombre de mecha corta, quién al más mínimo indicio de falta de respeto lo resolvía a son de correazos. Igual, eran marido y mujer, ying y yang, blanco y negro, felicidad y terror bajo el mismo techo y en la misma cama. Así bajo el mismo techo, en la misma cama, concibieron seis hijos, de los cuales mi padre es el mayor y creo que el único que logró realmente desaprender todo lo que bajo aquel techo se le enseñó.
Recuerdo que mi padre también tenía temor y respeto a las estrictas reglas de la casa de mi abuelo. Siempre me mandaba a recoger el pelo antes de llegar a su casa, pues mi abuelo pensaba que el pelo largo era de maricones. De adulto, también tuve que esconder los piercings y los tatuajes, pues eso eran «cosas de maleantes y marineros». Mis primos también pasaron por lo mismo, aunque mucho menos severo que mi padre y mis tíos. Ellos tuvieron que pasar el trago amargo mientras mi abuelo era todavía joven y abusivo. Yo y mi hermana éramos quienes más fácil lo teníamos, mi abuelo era más permisible con nosotros, puesto que mi padre, una vez tuvo edad para ir a la universidad, se fue a la capital para estar lo más alejado de su padre que le fuese posible. Mis tíos no corrieron la misma suerte, no sé si por miedo o codependencia. Todos ellos estudiaron cerca, se casaron cerca y vivieron cerca de mis abuelos. Nosotros solo los veíamos una vez al mes, tras un corto viaje de dos horas, después del cual siempre daba una vuelta a aquella casa flotante buscando al elefante rosa.
Cuando pequeño, todos mis tíos estaban casados y todos eran felices. Los mayores de mis tíos, Rafa y Johnny tenían dos hijos cada uno. Los tres tíos menores, Mariola, Laura y Martín tenían tres. Poco a poco todos se fueron divorciando, algunos se casaron nuevamente, pero ambas tías, hasta el día de hoy han quedado «jamonas». O al menos eso decían mis abuelos. Mariola siempre iba sola a las reuniones familiares, pero Laura, mi favorita, siempre llevaba a su mejor amiga, Prieta, quien se convirtió en parte extendida de la familia, así como lo fueron las varias novias de Johnny y las esposas de Rafa y Martín. Imagino que a Prieta le llamaban así por su color canela. Era una mujer callada, de expresiones breves, de apariencia brusca, pero de personalidad afable. Mis abuelos le tomaron un cariño especial y hasta preguntaban por ella cuando no se presentaba.
Uno de mis recuerdos más vívidos de aquellos tiempos fue la ocasión en que pregunté ―Oye, ¿Qué pasó con el elefante rosa del que me hablaban cuando era niño? ―mientras estábamos todos los tíos y primos reunidos en la marquesina, solo faltaba mi abuelo, quien tomaba la siesta luego del almuerzo. Hubo un silencio sepulcral. Luego, titi Laura me agarró de la mano y me dijo ―El elefante rosa siempre está aquí, solo que no lo puedes ver ―con la misma sonrisa que heredó de mi abuela.
Mi abuelo sufrió un infarto cerebral que lo dejó en otro lugar, en otro tiempo. Con el derrame de mi abuelo llegó un aire de libertad y con el tiempo, la madurez me proporcionó un mejor entendimiento de la dinámica de mi familia. Las escamas comenzaron a caer de mis ojos y por fin comencé percibir al elefante rosa. Prieta dejó de ir a las fiestas familiares y Laura trajo a su nueva mejor amiga, Alicia, quien ahora forma parte de mi familia.
Una noche de noviembre, mi abuela murió de una embolia y cuatro meses más tarde, mi abuelo también murió. En el entierro de Papá Chago, me acerqué a Laura, la abracé por el pescuezo y le dije al oído ―Yo sé quién eres ―y luego la invité a darse una cerveza en la calle Comercio.


Sao Paulo

Paulo nació entre cajas y aunque le permitieron el calor de su madre, no sería por mucho. Tiene varios hermanos, pero todos fueron separados muy jóvenes cuando un hombre se llevó a su madre, a la cual nunca volvería a ver. Su hermano más pequeño apenas acababa de dejar la teta de su madre. Uno a uno fueron repartidos entre aquellos que podían acomodarlos, alimentarlos y darles techo. A ellos tampoco volvería a verlos.
A Paulo lo adoptó una pareja joven que vivía en un pequeño apartamento cerca de la playa de Isla Verde. Aunque al principio no dormía bien y lloraba bastante a la hora de dormir, lo trataban bien. Extrañaba estar cerca de su madre y sus hermanos. Pero a medida que pasaban los meses, el buen trato y el cariño de su nueva familia lo hicieron recordar cada vez menos su pasado y acoplarse cada vez más a su nueva vida. Su madre adoptiva le regaló un collar el cual llevó puesto siempre de ahí en adelante. Ya nada era igual, siempre tenía con qué jugar, una cama cómoda, todo que pudiese desear y muchos días soleados con su nueva familia.
La playa era su lugar favorito. Se la pasaba corriendo por la orilla del mar, jugando a escapar del agua. Nadar le pareció casi como un instinto innato. Al principio le tenía algo de miedo, pues tragó muchas veces agua como consecuencia de una u otra ola que le revolcó hasta llegar a la arena, pero al verlo temeroso, su familia se metía con él y pronto se metió solo. Hizo varias amistades con otros residentes del área, algunos algo mayores, otros menores, unos más grandes y otros no tanto. Se sentía feliz. Era feliz.
Pero eso no duró mucho, un día como cualquier otro, vio a su madre adoptiva salir por la puerta gritándole a su padre con varias maletas en mano. Nunca volvería a verla. Después de ese día todo cambió, su guardián se volvió una persona agresiva, le gritaba por cualquier bobería, para luego llamarlo a su lado y pasar su mano por su azabache cabellera, disculpándose. Pero los humores de aquel hombre fueron empeorando tanto que un día, en uno de sus arrebatos de cólera volvió a Paulo cojo por el resto de su vida. El respeto que Paulo le tenía a su protector se destiñó y sintió deseos de volver a aquellos momentos que vivía apiñado en un pequeño espacio con su madre y sus hermanos.
Un buen día, su padre adoptivo amaneció de ligero humor. El sol estaba solo entre todo el azul. Ese día fue con él a la playa y como cualquier otro día en las orillas, Paulo corrió y corrió y corrió, con todo y cojera, hasta que ya no vio a aquel hombre que había sustituido en piel propia al otro que anteriormente lo trataba con cariño. Anduvo vagabundeando por el área cercana, caminando de restaurante en restaurante buscando la dádiva del prójimo para comer. No fue hasta un día que, frente a una pizzería brasileña, se le acercó una pareja que lo detuvo curioso al ver su aspecto ―¿Chico, pero de dónde has salido tú? ―, Paulo solo les dio una mirada penosa, pero ni un sonido. Varios comensales que salían del negocio se mostraron compasivos al ver aquella estampa, acercándose a preguntar a la pareja para indagar sobre la situación, pero rápidamente se lavaron las manos, alejándose del asunto, desapareciendo del lugar una vez satisfecha la interrogación. Algunos comentaron ―Suerte. Que resuelvan pronto la situación. Que Dios los bendiga por su gran corazón ―siguiendo con consejos superficiales, que aunque informativos, no ayudaban a la pareja a resolver el enigma del que ahora se sentían responsables. Intervinieron, obligados por la pena, y aunque contactaron a las autoridades locales del área, todos los policías, en su típica vagancia isleña, también se lavaron las manos y para no intervenir en el asunto, prometieron a la pareja encargarse de hablar con el departamento a cual se suscribía dicha situación. Pasado un tedioso tiempo de espera, nadie apareció y la pareja tomó el asunto como causa propia. Se llevaron al joven, dispuestos a resolver la difícil situación personalmente.
La pareja se encargó inmediatamente de poner fotos del chiquillo en las redes sociales, con una breve explicación del suceso y, aunque muchos simpatizaron con la obra, nadie hizo nada. Y aun comunicándose aquellos que oficialmente se suponían que se encargasen del asunto, las excusas y los esquivos los hicieron desistir. Lo conversaron y decidieron que le darían estadía hasta que encontraran resolver la situación y encontrarle un lugar apropiado. El tiempo pasó, pero lo único que lograron fue encariñarse del pequeño, finalmente dándole su propia cama y mucho cariño. El pelinegro se acopló a su nueva familia rápidamente, quienes le rindieron las mismas pleitesías que sus primero padres le mostraron al principio. Pronto, los preocupados jóvenes de la pizzería se convirtieron en sus nuevos padres. Al menos, trataron de serlo.
Paulo ahora también tenía una hermana, Chanel, mayor por varios años y engreída como hija única desde su nacimiento. Chanel, no estaba muy contenta con su nueva situación y, como cualquiera que lucha por la vuelta al paraíso de la atención absoluta de sus padres, comenzó a mostrar su disgusto a su nuevo “hermano”, peleándose con él frecuentemente y metiéndolo en problemas cada ocasión que tuvo la oportunidad. Sus nuevos padres se comenzaron a preocupar. Su hija era todo lo que conocían y, por más que Paulo fuera buen chico y causara pocos problemas, sus nuevos padres nunca pudieron darle equidad ante su hermana.
En tan solo meses, la tensión entre su hermana y él, los regaños constantes de su familia adoptiva, provocaron un cambio en el comportamiento de Paulo que solo precipitó el fin.
Comenzó tratando de sacarle el cuerpo a su hermana ante su familia, pero ellos, inamovibles, siempre le concedieron el favor a Chanel. Poco a poco, su comportamiento se convirtió más rebelde y destructivo. Finalmente, un  día, buscando inconscientemente la atención, Paulo ingirió una cantidad indeterminada de pastillas de todo tipo, descuidadas por la pareja, que llevó a sus nuevos padres adoptivos a reconsiderar la situación. Preocupados, los jóvenes determinaron que el tenerlo allí ponía en peligro, no solo la propia vida de Paulo, sino también la de Chanel.
En menos de una semana, Paulo se encontró enjaulado en la perrera, extrañando nuevamente a su madre y hermanos,  rodeado de todo tipo de perros que, como él, fueron marginados, echados a la calle y dejados a su suerte. Pasaron unos meses y aunque siempre fue un perro bonito y gentil, su cojera fue un disuasivo para su adopción.

Un día, tan desabrido como todos los otros, una mujer de apariencia varonil abrió su celda, con un lazo al final de un palo lo detuvo por el cuello y lo llevo casi a rastras a un cuartito sin ventanas. Tenía frío, la mesa de metal estaba helada y, por más que luchó por escapar, la mujer lo mantuvo pillado contra la camilla invernal. La puerta se abrió y por un momento sintió que vería a alguien quien lo rescataría, pero no. Era un hombre vestido de gris, de aspecto gris, con intenciones grises. El hombre preguntó a la enfermera ―¿Está listo? ―a lo cual la mujer asintió. El veterinario agarró el puntiagudo objeto, lo insertó en una botella, extrayendo un líquido amarillento, llenó la jeringuilla. Sin aviso, el señor gris le agarró la pata coja, introdujo la aguja e inyectó el contenido dentro del indefenso. En unos segundos, la felicidad le sobrecogió nuevamente, se sintió como cuando vivía en aquella caja, cerca del calor de su madre y la compañía de sus hermanos. Paulo, por fin, movió la cola de alegría por última vez y luego… solo sintió paz.

Fui


Soy, como fui todas las noches del pasado año. La primera vez que me materialicé fue a los pies de su cama, mientras ella dormía. Siempre aparezco en el mismo lugar, parado, mirando en su dirección. Y como todas las veces anteriores, no puedo evitar pensar en el primer día. Era como tener amnesia, no sabía quién era ni donde me encontraba, pero me sentía tranquilo.
Con una curiosidad serena, comencé a observarla. Pero la curiosidad, como una vieja gotera, persistió y comencé a divagar por su cuarto. Miré superficialmente al principio, pero el charco engrandeció gota a gota. Escudriñé las gavetas de su mesita de noche, otro día, las de su tocador, el siguiente, las de su escritorio, abrí su clóset y hurgué entre su ropa. No dejé ninguna arista del cuarto o esquina recóndita sin husmear. Muchas noches, me recosté en el chaise lounge adyacente a la ventana a leer los libros que sobrecargaban sus estantes, hasta que era casi hora de ella despertar y yo desaparecer. En ocasiones, me senté en la cama, a su lado, y le leí cuentos para niños en voz alta, en particular, uno que contaba de un país maravilloso y que siempre mantenía cerca de ella.
Pronto, me atreví a hablarle. Le pregunté sobre sí misma y si tenía algún conocimiento de cómo es que yo existo. Imaginé sus contestaciones, escuché su voz melosa, grabé sus risas y retuve sus miradas alegres en la tábula ya no tan rasa de mi mente. Aprendí que mis acciones, palabras y hasta humores alteran su sueño. Cuando me siento solitario o molesto y le cuestiono sobre por qué estoy confinado a su cuarto,  desaparezco a media madrugada y reaparezco horas más tarde, solo para volver a dejar de existir cuando suena el despertador hasta el próximo tercio de vida de Alicia. Así se llama, como la de su libro, por lo que también me autonombré Lewis.
A veces, muevo de sitio cosas que necesitará en la mañana. Cuando escondo algo bien, veo en su cara la molestia de no haber encontrado el imprescindible objeto y lo vuelvo a colocar en algún lugar obvio. La noche siguiente su cara luce algo dulce. En las madrugadas que su rostro se muestra gentil, levanto un poco su cabeza, meto mi brazo y, abrazándola, la descanso sobre mi pecho. Brevemente, siento su abrazo atrayente.
Observo a Alicia, como todas las noches. Gira hacia su izquierda, se acomoda, se aquieta, solo para deshacer su giro diez minutos más tarde. Percibo su estado de ánimo dejándome llevar por la prolongación de sus lapsos de serenidad e inquietud.
Hoy está apesadumbrada y creo que sé por qué. Anoche, volví a leer su diario y le he hecho algunas correcciones. Para calmarla, camino hasta ella, me siento a su lado y meto mis dedos entre las sedosas hebras lacias que salen de su cabeza. Siento el sutil aceite de su piel mientras arrastro las yemas por el cuero cabelludo y extiendo su pelo entre mis dedos como un peine, dejándolo caer al llegar a su punta. Eso la tranquiliza, lo aprendí en una de mis lecturas matutinas a su diario.
Rastreo cada centímetro de su piel y escucho su respiración lenta, profunda. Extiendo mi brazo hasta las plantas de sus pies. Mis dedos se deslizan desde ellos, recorren sus pantorrillas, sus muslos, curvean sus caderas, cruzan el puente de su cintura, disminuyen la velocidad sobre su vientre y se detienen en la mano de Alicia. Se la levanto, revelando un papel, escrito en su puño y letra, apretado sobre su seno. Es una nota que me invita a leer un libro titulado DSM V, puesto para mí en el centro de su escritorio. Tomo el texto con una mano, me siento al borde de su cama, con la otra halo el listón azul que marca la página y leo el título del tema: «Trastorno de Identidad Disociativo». No tuve que leer mucho.
La rabia me posee. Tiro el pequeño libro, salto sobre la cama  y comienzo a gritarle al cuerpo yerto de Alicia: «Es mentira… es mentira… tiene que ser mentira. ¡Yo soy!... ¡Yo soy!».

Un día libre

El pensamiento me lleva mordiendo ya unos días. Nydia Elena lleva días con náuseas, moodswings[1] y un hambre voraz por combinaciones de comidas que solo se le ocurrirían a un chef vanguardista. No creo que haya que ser genio para saber lo que eso significa.
El tráfico está bastante leve, especialmente a esta hora un viernes. No tenemos que comenzar a tocar hasta las 7:00pm, pero Luis quiere comenzar a practicar un rato antes. Dice que asistirán algunas amistades suyas conectadas con gente importante de la industria musical. A mí me conviene por muchas razones, comenzando con el dinero extra. Tengo el presentimiento de que lo voy a necesitar pronto.
Me toca un estacionamiento cercano a la salida. La estación está bastante vacía. Saco mi celular y verifico la fecha en el calendario, pero no encuentro nada que explique la situación. Recuerdo que T-Mobile es una telefónica americana, así que googleo[2] «días libres puerto rico» y en efecto es día libre local. ¿Por qué entonces Nydia me dijo que se iba temprano a la universidad? La universidad va a estar cerrada hoy. La llamo, pero no contesta. Debe haberse olvidado como yo. Le texteo[3] «amor, se te ha olvidado que hoy es libre. disfruta tu día guapa. te amo».
Avisan por el altavoz que el tren está a punto de salir. Corro un poco desde la escalera hasta el último vagón, aunque el tren tarda unos cuantos minutos más en salir, lo que me hace sentir medio tonto. Sonrío. Tomo uno de los asientos que queda de espaldas a una ventana. Antes de cerrar las puertas, entra una pareja agarrada de manos. Una de ellas se ve varonil, parece más un chico adolescente que una chica, pelo negro corto, camiseta de anime japonés, jeans[4] anchos aguantados por una correa que carga balas falsas y unas ADIDAS rojas. La otra, toda una hipster[5], lipstick rojo, espejuelos de pasta sin aumento tipo Ray Ban, tatuajes pinup[6], una blusa semitransparente negra con carabelas impresas, cortos bien cortos de cintura alta, medias negras a medio muslo y botines. Parecen recién enamoradas, el besuqueo es algo teatral. Se sientan a mi derecha, en la fila perpendicular a la mía, de forma que quedo justo a sus espaldas.
El tren arranca. Por el mapa cercano a las puertas veo que serán unas cuantas paradas hasta la estación de Sagrado Corazón. La de pelo corto le echa el brazo a la otra tropezando con mi hombro.
―Perdone caballero.
Me da gracia que me llame así. Debo llevarle a penas diez años, lo mismo que le llevo a Nydia.
―No te ocupes.
La chica sonríe en señal de paz.
El show de afectos dura varias estaciones. Hasta que la chica de los jeans pregunta:
―¿Hablaste con tu novio?
―¿De qué?
―¿De lo que hablamos ayer?
―…Todavía.
―¿Por qué? Habíamos quedado en que se lo dirías esta mañana.
―Sí mi amor, pero no es tan fácil como lo pones.
La otra le quita el brazo del hombro y se acomoda en el asiento para mirarla de frente.
―Melanie, esto lo hablamos por un rato ayer.
―Lo sé, pero…
―Chica, hasta hablamos de cómo y cuándo se lo ibas a decir.
―Lo sé amor, pero…
―¡Por dios! ¿Tan cobarde eres?
―Mira Julie, a mí no me vengas a tratar así.
Melanie se acomoda de un tirón y gira su mirada al paisaje urbano de la ventana.
―…No te pongas así… Mela, por favor, habla conmigo.
Julie la agarra del brazo, trata de girarla en su dirección y le insiste:
Please, habla conmigo. Esto no se va a resolver solo.
―Lo sé Jules, pero ¿tú sabes lo complicado que va a ser explicarle todo esto a Pedro?
―¡Ugh! ¿Qué importa? Si ese tipo te trata como mierda.
―Chica, lo sé, pero como quiera. Son par de cosas de sopetón. No quiero ser tan cabrona.
―¡Ay, Mela, por favor! Cualquiera diría que no te estás paseando conmigo a plena luz del día sin ninguna vergüenza
―¡No es lo mismo! Él piensa que tú eres mi mejor amiga.
―Y lo soy.
―Sí, pero no te hagas la pendeja. Tú sabes a lo que me refiero.
Parece que Julie recapacitó, pues se detuvo un momento, se acercó, puso una pequeña sonrisa y le dijo:
―Ok mi vida. Entiendo, pero ¿podemos al menos llegar a un punto medio?
―A ver…
―¿Qué tal si solo le dices que estás embarazada y comienzas por ahí? No tienes que espepitárselo todo de un cantazo.
―¿Y si de momento le da por ser padre, o peor, le da porque quiere casarse conmigo?
―¡Ja! Con lo hijo de puta y callejero que es ese cabrón. ¡Bah! Te apuesto que antes de eso se larga del país.
―Ok. Puede que en eso tengas razón.
―Además, seguro eso es lo que hace. Cuando le digas lo del embarazo y luego lo único que tendrás que decirle es que no se tiene que preocupar, que tú te harás cargo.
―Pero, ¡yo no voy a abortar!
―Lo sé mi vida, pero deja que él lo interprete a su manera. No necesitamos nada de él para criar el bebé nosotras mismas.
―¡Ugh!
―Ya verás, será mucho más fácil de lo que piensas. Además, yo siempre los trataré con todo el amor que siempre te he demostrado.
A Melanie se le aguaron los ojos. Abrazó a Julie se echó a llorar en su hombro. Con un sonido amortiguado por el abrazo le dice:
―Te amo Jules.
―Yo también te amo bebé.
La lluvia de besos y afectos no se hizo esperar.
El altoparlante del tren anuncia la estación de Sagrado Corazón. Me seco la humedad de mis ojos, me levanto y me quedo aguantado del tubo que está justo al lado de las puertas esperando a que el tren de detenga para poder bajarme.
Al salir del tren me siento liviano y puedo notar una leve mueca sonriente en mi cara. Llamé a Nydia, pero no contestó.

Al llegar a casa, busqué a mi novia. Estaba tirada en nuestra cama. Me acerqué despacio por el lado de la cama que estaba vacío, la abracé, me pegué a su oído y le dije «yo te amo, vamos a tenerlo, que se joda». Nydia viró su cabeza, me miró de reojo y comenzó un llanto desconsolado que duró una eternidad. Yo solo la abracé.






[1] Moodswings: cambios súbitos de ánimo.
[2] Googleo: de «googlear», término inventado para referirse a la acción de buscar información en la internet a través del buscador Google.
[3] Texteo: de «textear», término inventado para referirse a la acción de enviar un mensaje de texto por teléfono móvil (celular).
[4] Jeans: pantalón de tela de mezclilla. En España se le refiere como «vaqueros», en Puerto Rico como «mahones».
[5] Hipster: se usa para referirse a un grupo con cualidades comunes pertinentes al final de los 00s y 10s. Otros ejemplos de términos parecidos: hippies, punk, rockero, metalero, alternative, grunge, greaser.
[6] Pinup: hace referencia a un tipo de pintura y fotografía erótica de la décadas ´50 y ’60. Un pintor reconocido de pinup lo es Gil Elvgren.

Así comenzaron Carolina y Sebastián

La primera vez que vi a Carolina, no fue realmente la primera vez, pero así lo sentí pues su presencia en vivo reclamaba toda mi atención. Estaba sentado solo en una mesita de la terraza de La Taberna del Lúpulo fumando y dándome una cerveza. Una chica que andaba con un grupo de amistades se acercó a pedirme uno. Le cedí uno y se lo encendí.
―Gracias. Mucho gusto, me llamo Marilyn.
―Sebastián. Un placer.
Pensé en pararme, pero la chica era parlanchina y, antes que pudiese actuar, se sentó a mi lado izquierdo impidiéndome la huida por ese lado. Entre una pregunta y otra, su grupo de amistades se apoderó lenta, pero seguramente de mi mesa. Quedé atrapado por un grupo de extraños que ahora me daban conversación. La batería de preguntas era la clásica: ¿De dónde eres? ¿Dónde vives? ¿Dónde estudiaste? ¿Eres gay? ¿A qué te dedicas?
―Soy escritor… de vocación. Mesero por necesidad.
Las pupilas Marilyn se abrieron tanto que casi pude ver mi imagen invertida en el fondo de sus ojos. Pude ver su excitación cuando su mano se posó sobre mi brazo.
Comencé a planificar mi escape cuando mi atención se desvió hacia las interminables piernas de la mujer que ahora se acercaba a la mesa. Parada en stilettos Louboutin, tenía una minifalda de bandas horizontales azules y negras que achicaban su cintura mientras acentuaban sus caderas. Su blusa era un poco más modesta, aunque lo suficientemente transparente como para no tener que imaginar su brasier. Llevaba su pelo negro y lacio en un corte de Cleopatra. Sus largas pestañas guardaban unos ojos color avellana. Sus refinados labios balanceaban su nariz paradita y respingona. Se dirigió a Marilyn:
―Nos tenemos que ir. Nos están esperando…
Marilyn la interrumpió.
―Carolina, te presento a…
―Mucho gusto. Sebastián Saa… ―traté de presentarme, pero la Cleopatra me interrumpió.
―Sí, ya nos conocemos. Hola amigo de Facebook. ―dijo provocativamente mientras me miraba con una sonrisa.
―…vedra. ¿Erm… nos conocemos? ―pregunté.
―No en persona, pero sí le has dado likes a par de mis fotos.
―Lo siento, no lo recuerdo, pero te buscaré.
―¿Se conocían? ―interrumpió Marilyn.
Sí. No. ―contestamos Carolina y yo respectivamente.

Al salir a la terraza, veo a Marilyn hablando con él. Lo reconozco de inmediato, hace unos meses me hizo un «request» por Facebook. Lo acepté, aun cuando tenía novio, pero fuera de unos cuantos «likes» que le dio a algunas de mis fotos, él no me contactó de ninguna otra forma. No obstante, me sentí algo intrigada por sus fotos e investigué más a fondo su perfil. Además de ser un macharrán de los de telenovela, tiene una hija de quince años la cual aparecía en la mayoría de sus fotos. Se nota que tienen buena relación. Aunque es evidente la inocencia del amor fraternal entre ellos, mis fantasías me llevaron a imaginarme amiga de su adolescente. En ellas, me veo visitando a su hija a estudiar de alguna materia superflua y me antojo de tomar algún refresco, para luego salir del cuarto cerrando la puerta tras de mí a buscar la silueta masculina que tanto deseo. Me lo imagino en su escritorio sumergido en su trabajo tras la computadora, me quito el uniforme del colegio a sus espaldas, tiro mis bragas mojadas sobre su teclado mientras su hija me espera en otro cuarto. En mi fantasía, él siempre cede a mis avances y me toma con desespero. Justo antes de correrse lo saca, lo pone en mi boca y yo me la trago toda calientita. Kinky, como me gusta.
Ahora  tengo a Sebastián frente a mí y tras la introducción de Marilyn busco la forma de sentarme a su lado. Sé que ella no se levantará de su lado, así que converso con él un rato. Poco a poco doy la vuelta a la mesa, me acerco al chico que está a su derecha y hago obvio, por mi rudeza, mi interés por sentarme a conversar con Sebastián. Finalmente, el chico se siente incómodo, se para y me deja su sitio. La conversación dura un rato. Mientras, pienso en que tiene una hija de quince, mi pervertida imaginación se saliva y comienzo a mojarme.
Marilyn no sabe que lo perdió desde que salí por el umbral de la terraza, pero en un momento se lo dejo claro.

Marilyn se levantó de súbito.
―¿No nos teníamos que ir? ―dijo un poco indignada.
―¿Por qué se van? ―contesté, notándose un poco mi deseo.
―Vente con nosotras, ―me invita Carolina ― vamos para La Factoría.
Dije que sí y me fui con ellas, pero todo cambió cuando llegamos al otro lugar. Las chicas estaban ahora con un grupo más grande de amistades. Ya su atención no estaba en mí, ahora la captaba uno de los chicos en su grupo. De vez en cuando me daba la vuelta por el bar, saludaba una que otra amistad inconsecuente, iba al baño, pedía un trago, fumaba un cigarrillo y regresaba al grupo, por eso de no verme como un tipo pegajoso y anticool[1].
Carolina y su grupo de amistades decidieron que cambiarían de lugar. Marilyn comentó que irían a Circo, una barra gay. Accedí, pero al ver a Carolina alejarse con uno de sus amigos sin despedirse, desistí de la idea.

Llegamos a La Factoría y Sebastián no se acerca al grupo de inmediato. Da un par de vueltas por el bar y lo veo saludar a varias amigas, pero no me presta la atención que deseo, así que hablo con uno de mis compañeros de clase más cercanos. Puedo verlo con el rabo del ojo. Va al baño, pide un trago, se fuma un cigarrillo y luego regresa al grupo, pero no me presta atención.
Mis amistades decidieron ir a Circo y Sebastián accedió, pero no le encuentro la mirada. Está distante. Así que cuando nos vamos decido no despedirme, ni volverle a decir que nos acompañe. Tal vez así capte su atención.


Pasado un tiempo, decidí escribirle a Carolina a ver si se atrevía a almorzar conmigo. Dijo que sí.
―¿Qué tal si almorzamos en Pirilo?
―Ok. Eso me gustaría.

Ahora viene a aparecer después de varias semanas de desaparición. Este chico me da una espina rara, pero me gusta, así que qué más da. Tenerlo de frente es como meterme una tina de agua caliente, me calma, me calienta y me humedece a la vez. Lo quiero adentro, pero lleva un banderín rojo sobre su cabeza que me deja saber que es peligro. Lo veo al doblar la esquina de la calle Fortaleza. Está muy guapo, lleva una camiseta roja de botones y mangas tres cuartos, pantalones crema y zapatillas color gris. Siempre tan «fashion[2]».
Carolina llevaba un traje rojo y plataformas que la levantan unas cuatro o cinco pulgadas, como si la pobre no fuera una amazona de por sí. No sé si era la luz del día, pero yo la veo aún más guapa que la primera vez.
Nos sentaron en el segundo piso. La pizzería está remodelada al estilo viejo de la época española.
La ujier nos sienta en la mesa más romántica de la pizzería recién remodelada. Las paredes rústicas del local me hacen pensar en los tiempos en que los españoles dominaban esta colonia. Me pone un poco cachonda el que él haya hecho los arreglos para traerme a este lugar y me distraigo un momento. Pienso en si el tamaño del baño permitirá cogerme al chico sobre el lavabo.
Al principio la conversación se transportó sobre temas leves y comunes, pero al tiempo comencé a indagar sobre aquel primer día y su incongruente desenlace. Ahora pienso que fue un error.
Sebastián solo quiere hablar del primer día y aunque le expliqué que todo fue una falta de comunicación, él insiste en que lo dejé tirado en el bar sin dejarle saber. Puedo notar su inseguridad y eso me vuelve indiferente. No me agradan los hombres inseguros, mucho menos me interesa uno que tiene hija y se dedica a escribir. Por favor, en unos meses seré licenciada y no tendré que bregar con pelados inseguros.
Su cara cambió después de traerle el tema sobre el primer día. Me dijo que todo fue un malentendido, pero yo estaba seguro de que el hecho de tener una hija y ser escritor pueda ser para ella un turnoff[3]. Después de todo, ella sería una licenciada muy pronto y trabajaría en la firma de su padre. ¿Por qué habría de interesarse en alguien como yo?
Para este momento mi entrepiernas estaba tan seco como la conversación. Puedo ver la molestia en su cara. Así que le dejé saber que no estaba interesada. Él paga la cuenta y nos despedimos a la puerta de la pizzería como cualquiera otro.

Pasó más de un mes sin saber de Carolina, pero su imagen no salía de mi cabeza por más que trataba. Así que hice algo que muchos hubiesen considerado muy bajo. Le envié varios mensajes de texto, pero mi plan fue hacer que pareciera un error, que el texto fuera continuación de una supuesta conversación atrevida con otra chica en donde le «devuelvo» a la chica fotos de desnudos míos a cambio de supuestas fotos. Las fotos eran bien explícitas.
El hijo de puta me acaba de enviar un mensaje raro que parece ser dirigido a otra tipa. El pobre idiota cree que puede tomarme por pendeja. Aun así, las jodías fotos me ponen bien caliente. Sin embargo, le contesto que me envió un mensaje equivocadamente y aunque se disculpa enfáticamente, le dejo saber que no me gusta ese tipo de acercamiento, que tenga más cuidado una próxima vez. Igual termino masturbándome mientras miro sus fotos, volviendo a mi fantasía de quinceañera.

Después de dos semanas de no saber de ella, recibí un mensaje de texto de Carolina invitándome a tomar unos tragos como si nada hubiese pasado. Así que decidí seguirle la corriente y encontrarme con ella.
Lo espero en la misma taberna donde nos conocimos en persona la primera vez. Lo veo llegar, casi tropieza conmigo. Su altura me hace humedecer de inmediato. No obstante me dice que va a buscar una cerveza y fumar un cigarrillo antes de regresar. El tipo es un carifresco y no imagina que no se lo voy a aguantar esta vez.
Al llegar a La Taberna del Lúpulo me sentía nervioso. Llegué buscándola sobre todas las cabezas de los comensales, tan así, que por poco tropiezo con ella. Necesitaba bajar los nervios de alguna forma, así que me presento brevemente a sus amistades, las cuales no esperaba ver, y sigo hacia la barra a buscar una cerveza, luego un cigarrito y de vuelta a ella. Hablé con ella y sus amistades por par de segundos, antes que decidan todas:
―Venimos ahora, vamos al baño.
No las volví a ver de nuevo por allí.
El muy cabrón piensa que le voy a aguantar que me manipule de tal manera. Se equivocó. Mientras se fuma su cigarrillo, decido que tenemos que irnos y se lo comunico a mis amigas quienes me acompañan en la complicidad. Tan pronto Sebastián regresa, hablo con él y dejo que hable con mis amigas, para luego tirarle la bombita de humo estilo ninja.
―Venimos ahora, vamos al baño.
Él se acercó a la barra a pedir otra cerveza y nosotras salimos por la puerta al incognito. Puedo verlo aún allí, el pobre no sabe que nos buscará en vano. Al pasar el rato, le envío un mensaje dejándole saber que lo busqué por todo el bar y que al no encontrarlo, me molesté y me fui indignada.
El mensaje de texto me cayó como un balde de agua friísima encima de los testículos. ¿Qué carajos pasó? Estuve todo el tiempo en la barra pidiendo una cerveza y nunca la vi pasar por todo aquello. ¿Creerá ella que me trago el cuentito? Mi contestación a su texto fue casi inmediato y los insultos fueron mi espada. El que todavía me da mucha gracias es uno que dice «¿para eso calientas la comida? eres una parabicho[4]».
Sus insultos llueven en mi conciencia como aguacero de mayo. Trato por un rato de defenderme de sus acusaciones y poner toda la culpa sobre él, pero mi cargo de conciencia cede, sabiéndome culpable de ser una «parabicho». Trato infructuosamente de no caer, pero su rabia es tan excitante que no puedo aguantar y así como deseo consumado me escribe «No te soporto, pero te lo quiero meter». Mi chocha se hizo agua.
Carolina no tardó en llegar a mi apartamento. El sexo fue inefable.



El sacerdote pronunció las palabras solemnes que atarían nuestra locura por el resto de nuestros días (o hasta que nos matáramos mutuamente):
―Los declaro marido y mujer.

Salí del baño de nuestra suite matrimonial con el uniforme de colegio. Solo puedo pensar en las asignaturas que tendré que ayudar a su hija a completar, mientras me escapo del cuarto a cogerme a Sebastián.




[1] Expresión inventada que combina el español anti y el inglés cool, para referirse a alguien que ya no es cool o buenaonda.
[2] Fashion: expresión anglosajona estadounidense que se refiere a alguien que está a la moda, de pasarela.
[3] Turnoff: expresión anglosajona estadounidense que en este caso significa cambio de parecer, o cambio de ánimo sexual.
[4] Parabicho es un regionalismo puertorriqueño, es un adjetivo que describe a una persona que excita sexualmente a otra para luego dejarla esperando. Mayormente la usa un hombre para describir a una mujer. Bicho en Puerto Rico es sinónimo de pene.

Muere sonriente decimoquinta víctima de «Casanova»

11 de febrero de 2014

La policía estatal del área de Condado informó en la tarde de ayer que una empleada del equipo de limpieza del hotel La Concha encontró el cadáver sonriente de una joven. Esta es la decimoquinta mujer encontrada en las mismas condiciones y bajo las mismas circunstancias en los últimos tres años. Se sospecha que todas son víctima del infame asesino en serie, «Casanova».

Conforme al reporte policial, a eso de la 1:30pm de ayer, la empleada del hotel La Concha, Milagros De Jesús, entró a asear la habitación y encontró a Marianna Esperazzo de 24 años muerta en la cama. La mucama declaró a la policía que el cadáver «sonreía» cuando la encontró. De Jesús se disculpó, pero al no recibir reacción alguna de la occisa se acercó a ella. Fue entonces que notó que estaba muerta. Seguido, llamó al 911.

Detectives de la división de homicidios llegaron al lugar de los hechos a eso de las 2:00pm. Sellaron la escena del crimen, para luego entrevistar a unos noventa huéspedes y empleados del hotel. «El interrogatorio no rindió fruto» según el capitán de la división, Andrés Galliano. Fuentes alegan que algunos de los interrogados tuvieron que ser llevados al hospital por ataques de pánico.

Amistades de Esperazzo dieron fe de que celebraba en grande su despedida de soltera en el hotel sanjuanero. Este diario pudo entrevistar a varias de las amistades que asistieron a la actividad. Dos de sus invitadas, que no quisieron ser identificadas, insistieron en que conocieron a Casanova en persona. Ambas dieron la misma descripción. Según lo describieron, era un hombre en sus tempranos treinta, de buenos modales, culto, un conversador versátil, de físico atlético y «extremadamente» guapo. Ninguna de ellas pudo dar una descripción detallada de su rostro u otras facciones que pudiesen identificarlo.

En contraste, Grisselle Magritte, su amiga más cercana, dijo en una entrevista telefónica que nunca vio a tal hombre. Afirmó: «Marianna actuaba como de costumbre. Champaña rosada,  buena comida, baile y rodeada de sus amigas más fieles». Magritte es la novia del reconocido actor puertorriqueño Benicio del Toro, con quién contraerá nupcias en mayo de este año.

El prometido de Esperazzo, Eladio Muñiz, CEO de la compañía de distribución de alimentos para Sudamérica, Estados Unidos y el Caribe, Southwestern Selecta, ofreció una recompensa de $2 millones a cualquier persona que rinda información conducente al arresto de Casanova. Esta cantidad se suma a los sobre $26 millones que han ofrecido los novios y familiares de las víctimas de este asesino.

Según el informe forense, Marianna murió debido a un paro respiratorio, aparentemente provocado por orgasmos múltiples en cadena. El médico encontró niveles de alcohol en su sangre «acorde con una noche fiesta», pero no encontró rastros de drogas o sustancias controladas en sus pruebas toxicológicas. La joven no sufrió heridas mortales. Igual que las víctimas anteriores, el cadáver de la novia mostraba signos de una vigorosa actividad sexual justo antes de su fallecimiento. Al igual que todas sus predecesoras, la señorita Esperazzo quedó con una sonrisa amplia que un testigo curioso describió como «la sonrisa de alguien que sabe que va a ir al cielo». Pruebas adicionales arrojaron poca luz sobre la verdadera causa de muerte.

Detectives de la división de delitos sexuales de la policía, junto a la división de homicidios, quieren alertar e informar al público a través de este medio sobre el modo en que opera Casanova y otros hechos que puedan servir para evitar que hayan más víctimas de este asesino:
  • Las víctimas son mujeres entre los 21 y 32 años de edad.
  • Todas estaban comprometidas con hombres de inagotables recursos.
  • La fecha de los crímenes coinciden con la fecha de las respectivas despedidas de soltera de las víctimas.
  • El asesino contacta a las víctimas a través de redes sociales como Facebook, Tinder, Twitter, Whatsapp, Skype.
  • En todos los asesinatos, se encontró que la víctima fue quien invitó al asesino para que asistiera a su despedida de soltera.
  • La totalidad de los cadáveres de las jóvenes fueron encontrados en habitaciones de hoteles de primera del área turística de Condado e Isla Verde.
  • Todas las víctimas mostraban signos de extrema actividad sexual. La cual, según peritos forenses que colaboran con este diario, les provocó indirectamente la muerte.
  • Las testigos que dicen haber visto al asesino concuerdan en que Casanova era un hombre guapo, sin embargo, nunca se ha logrado una descripción coherente que pueda ser utilizada por la policía.
  • Al día de hoy, no se han captado imágenes o videos con buena resolución de su rostro o ninguna otra marca distinguible de su cuerpo.

Si usted o alguien que conoce tiene información que pueda ayudar en la captura de este peligroso asesino llame de inmediato al 787-343-2020. Su llamada es confidencial.

El pseudónimo del asesino, Casanova, fue adoptado por la prensa luego de que el moderador del programa radial Dando candela, justo después de la muerte de la décima víctima, preguntara al superintendente de la Policía de Puerto Rico, James Tuller: «¿Dejará que este casanova siga engatusando y asesinando novias?». Tuller, quién al momento llevaba dos meses en el cargo, garantizó la captura del asesino o su renuncia.


Al cierre de esta edición, la policía no había recibido ninguna pista que devele dónde se esconde el asesino ni cuándo atacará nuevamente. Los asesinatos siguen acumulándose, la promesa sigue incumplida y James Tuller continúa su cargo como superintendente.